Cuando iba al liceo, tomaba la línea 5 así como un cuarto para las ocho, aveces más tarde, ya que siempre llegaba a las ocho y cuarto (que timbre cinco para las ocho y que ocho y cuatro). Ahora tomo ese sauna andante a las ocho cinco, a las once diez, y a las nueve cuarenta, más o menos. Mientras más tarde entro, más tarde llego a tomar el metro y más debo correr para no tener que abrir la puerta y que todos te miren.
Los lunes y los miércoles suelo venirme como un jurel tipo salmón en el metro (el lunes pasao un flaite de mierda me toqueteó, asco!) para luego bajar la escalera llena de alumnos de clase media que se viene en metro, para luego quedarme atascada en la salida y caminar a un paso por hora por la pasarela (que por cierto cada día me cuesta más subir :vejez:).
Siento una fascinación especial por el edificio más alto de la facultad, sí ese negro, feo, con forma de Y, surrealista, el de los baños negros, donde no hay señal y la Crisol pasa llena.
No sé porque, pero siempre termino juntándome con gente media rara. No busco a niños otakus y los encuentro -nunca me convenció demasiado esa onda-. Quiero hablarle a la niñita otaku que no habla con nadie.
Quiero encontrar una silla. Quiero alcanzar a comer los lunes.
Y... me aburrí.
Quiero beca de fotocopias, o Historia de la Psicología se chupará hasta los intereses del Crédito Corfo (quien ríe ahora, me dirás?) Y miro mi regla de la Portales y pienso si habré tomado la decisión correcta. Y quiero ver a Francisco y que me reté por no haberle hecho caso... y... quiero no ser la peor de la clase... y no sé si es triste o no pertenecer al 9% que viene de un municipal, pero igual a La Legua (que quedá acá al frente) se nota que estoy en desventaja. A lo mejor debí elegir el pasto seco al pasto verde.
Y me pregunto quien habrá sobrevivido a la Vendimia.
Y...
ya, chao. Esto no funciona
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